Me pregunta por WhatsApp mi hermana qué voy a hacer en Navidad.
“Huir”. Eso es lo que le respondo en el WhatsApp que le envío. Y es lo que queremos este año en el que todo lo que hasta ahora se celebraba –a regañadientes, sí, cada uno tirando de más o menos ganas, sí– se ha convertido en una primera vez. Desde marzo, los días que transcurren sobre la tierra completan nuestro recién estrenado universo de las primeras veces. La muerte de una madre (o de un padre, hermano, pareja, compañero/a, persona –humana o no– muy querida) abre un calendario nuevo, un orden de horas, días, semanas y meses que no existe hasta que la orfandad quiebra la línea de la vida, y la muerte nos marca a hierro la pena en la palma de la mano.
Aunque prefiero los cuentos de los machotes como Hans Christian Andersen😍, te mando este cuento corto.
"un cuento de navidad y solo en la frontera"
Llegaste a mi casa, hombre largo, el último lunes antes de que
terminara el año, cuando ya era de noche. No vendías enciclopedias ni
repartías propaganda. Eras un mendigo grande. Te mandé entrar, y te
quedaste un momento parado mirando el mapaceli gigante que le había
comprado a mi hijo pequeño como regalo de Navidad.
Tu abrigo venía lleno de una extraña pelusa blanca. Te arrimé al
fuego de la chimenea. Te di de comer un bocadillo. Eras igual que los
mendigos de los cuentos para niños. Pero eras tan de verdad que te
comiste los 300 gramos de jamón del bueno que tenía en la nevera.
Tus cejas estaban partidas en cachos y colocabas siempre la cabeza un poco ladeada hacia la derecha. No me mirabas a los ojos.
Te conté que era de Ciudad Real y que de joven había estudiado un
curso de Magisterio, pero que luego lo dejé y que me casé y me vine a
Madrid, que él era muy bueno pero trabajaba mucho y que tuve dos hijos
que ya estaban durmiendo y que a veces me sentía un poco sola, porque
las vecinas no iban mucho con mi carácter. Tú no hablabas. Sólo movías
de vez en cuando la cabeza.
Te pregunté que si querías un café bien calentito, me dijiste que sí
con la cabeza. Estiraste los brazos. Dabas un poco de viento cuando te
movías.
Te conté que me gustaba mucho el campo, que me hubiera gustado vivir
en una granja con gallinas, que de pequeña solía disfrazarme de japonesa
y de esquimal. A mí me pareciste buena persona. Torpón de movimientos,
callado; pero buena persona. Te di una copita de orujo del caro después
del café.
Ya no sabía muy bien qué contar, pero tenías tan pocas ganas de
marcharte que quise alargar la conversación y comencé a preguntarte:
“Ustedes, los mendigos, a veces se sentirán muy solos, ¿verdad?”.
Y me contestaste con tan terrible boom, palpitó tan macabra respuesta
debajo de tu abrigo oscuro que arrojó tus ojos al techo y tus vísceras
saltaron en pedazos y quedaron esparcidas por el suelo y el mapaceli del
niño. Lo último que sentí fue que mis uñas parecían arder arrebujadas.
Llenamos la alfombra de sangre, muriéndonos juntos, y con las lenguas
arrancadas. En el cuadro de un atardecer en Venecia que me dijeron era
una copia de un tal Canaletto dejamos estampado un líquido amarillento
espeso.
Cuando llegó mi marido se asustó, se puso muy nervioso, se le
desencajó el traje y llamó a la policía. Vino un señor flemático, de
esos funcionarios que tienen ahora en las comisarías, y le llamó
ignorante. Le explicó que eso -lo que nos había sucedido- era muy normal
en estos tiempos, que no había por qué alarmarse, que los
mendigos-bomba se habían puesto muy de moda esas Navidades.
Yo ahora estoy bien aquí, viéndolo todo y recordándolo todo. Tuve
mucha suerte. Había una promoción especial. Si te tocaba el mendigo
gordo de Navidades, accedías directamente al bombo para pasar a la
eternidad. Yo no lo sabía, como tantas cosas no supe en vida. Ni
siquiera llegué a enterarme de quién era María Dolores de Cospedal.
Pero, en fin, alguna vez tenía que tocarme la varita de la fortuna, ¿no?
Sobre el autor...
Rafa Ruiz
Periodista convencido de que las luces al final del túnel solo se ven desde una perspectiva progresista de la realidad, con un compromiso sólido con la cultura, el arte y el medio ambiente, temas a los que ha dedicado la mayor parte del tiempo de su vida profesional -10 años en 'El País' y 15 años en 'El País Semanal'-. Autor de los libros de cuentos infantiles 'Toletis' y 'Ninoninoni', codirector de la galería madrileña Mad is Mad -centrada en artistas emergentes- y uno de los socios fundadores de la Asociación de Periodistas de Información Ambiental (APIA)
1 comentario:
CONOZCO ESA PLAYA HAY UNA SERIE DE DUNAS DONDE PUEDES TUMBARTE DESNUDO SIN MOLESTAR A NADIE... LA GENTE PASEA ENTRE LAS DUNAS O APARCA EN DOS ZONAS CERCA DE UN CAMINO DE MADERA QUE RECORRE LA PLAYA.
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