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2/5/22

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Ua tarde de este pasado invierno, Manu estaba practicando una felación a otro hombre cuando este le pidió su teléfono móvil para tomar una foto de la escena. La mala suerte quiso que el dispositivo estuviera conectado en red a la misma tableta que en el momento de tomarse la instantánea manipulaba la esposa de Manu desde casa. Ella se encontró de repente con aquella imagen de su marido practicando sexo con otro hombre. La mujer de Manu dejó pasar un tiempo prudencial antes de abordar el tema. Una noche, después de hacer el amor con él, le preguntó si había algo que ella no podía darle. Él dijo que no se trataba de eso. Tenía un problema desde hacía mucho tiempo. Más de veinte años.
Manu es un exitoso directivo madrileño de 46 años. Ha ejercido como abogado para grandes empresas nacionales y multinacionales. Sus compañeros de trabajo siempre le han visto como a un líder. Llega a nuestra cita en un bar de la capital conduciendo su flamante Harley-Davidson. Viste camisa a rayas de Ralph Lauren, lustrosos zapatos marrones y pantalones marrón claro de micropana. Luce alianza en la mano derecha, testigo de su segundo matrimonio. Tiene ganas de hablar. De que se conozca su caso por si puede ayudar a otras personas que estén en su misma situación y no sepan dónde acudir. Su relación con el sexo empezó a complicarse en la adolescencia. Se acostumbró a repetir con sus novias un comportamiento promiscuo que siguió desarrollándose el resto de su vida. El esquema era sencillo: salía con una chica y al poco tiempo la compaginaba con una amante simultánea; una vez que la segunda chica entraba en juego, se lanzaba a buscar sexo furtivo en lugares públicos. Tanto con mujeres –las más de las veces– como con hombres. Era la época pre-Internet. Todo se reducía a la caza física.
Mi problema puede estar en que lo que me apetece sexualmente no me atrevo a decírselo a mi pareja"
Se licenció en Derecho a principios de los noventa y comenzó a trabajar para un bufete de abogados. En aquel empleo conoció a una mujer con la que se casó tres años más tarde. Tuvieron un hijo. Él mantuvo encuentros extramaritales de manera esporádica durante aquel primer matrimonio. Hasta que fue a un prostíbulo por primera vez. “Mi problema puede estar en que lo que me apetece sexualmente nunca me atrevo a decírselo a mi pareja”.
Desde aquella primera visita a un lupanar, Manu también frecuentó las secciones de contactos de los periódicos. Una segunda mujer apareció en su vida. “Era sexualmente lo opuesto a mi primera esposa. Más espiritual, más conectada”. Y mientras arrancaba un proceso de divorcio, apareció una tercera mujer en el trabajo. Como director de recursos humanos, mantenía una trayectoria próspera. Y un magnífico sueldo que nunca se ha resentido desde que también se lanzó a buscar sus fantasías sexuales por Internet. Entró de lleno en el cibersexo. Anuncios de pornografía por la Red. Vídeos de alto voltaje. Y sobre todo, chats calientes de rastreadores, como él, de encuentros. Siempre gratis. El enganche fue en aumento.

“Si hacía 100 búsquedas al día, encontraba 50 personas con las que podía mantener conversaciones sobre sexo en vivo. No lo hacía para masturbarme. Se trataba de hablar con otros sobre mis fantasías. Cuanto más explícitas, mejor. Eso es lo que me ponía a cien. Llegado el caso, acababa encontrando a una persona con la que poner en práctica todo aquello en su casa. Mujeres, hombres, transexuales y bisexuales. A veces, también un poco de sado-­light. Más de un 90% de aquellas conversaciones no iban a más. Lo que me enganchaba era preparar esas fantasías. Y retroalimentarlas. Es la búsqueda la que me proporciona placer. Me hace sentirme vivo mentalmente. Feliz, durante un tiempo. Un día normal me levantaba y en el atasco, de camino al trabajo, iba cavilando una fantasía. Después curraba a saco, de manera efectiva, y en el receso para comer trasteaba con el móvil. Ya en casa, al terminar la jornada, daba rienda suelta a los chats. Sobre todo cuando estaba solo. En la Red hay infinidad de portales de enlaces a pornografía real. Dos follan y lo cuelgan. A todo esto, en 2002 conocí a otra mujer que me presentó un amigo. Me enamoré. Y me casé con ella. Hoy es mi esposa. Es la mujer de mi vida”.
"Allí viene este"
Desde 1863, a 204 kms de Madrid y 116 de Zaragoza, se levanta el Balneario Termas Pallarés. Un referente entre los grandes balnearios españoles del siglo XIX, con el encanto y la grandeza de sus años de esplendor, y rodeado de un entorno natural a todas luces difícilmente repetible.
El lema del escudo del balneario reza "in Aqua Salus" filosofía del establecimiento. La Salud está en el agua, y eso ya lo sabían los romanos que establecieron aquí, en este este magnífico entorno termas y baños para aprovecharse del beneficio de las aguas mineromedicinales que brotan en el Balneario.
El otro día conocí a Ramón, un personaje peculiar donde los haya, Hombretón maño, rudo, con ese signo característico de la gente de tierra adentro, curtido por los frios aires, de mirada perdida pero a la par noble y franca.
Venía yo de Madrid, camino a Barna y decidí parar en un área de servicio en el kilómetro 198 de la Autovia del Nordeste, a la altura de Alhama de Aragón.
Me dispuse a llenar el depósito de combustible, cogí la pertinente manguera del carburante elegido y aquello no habia forma de que sacase ni una sola gota del mismo. Cabreado por este percance y muerto de frio, entré en la tienda de la gasolinera con cara de pocos amigos reclamando al dependiente de turno. Este no era otro que el protagonista de mi crónica viajera. Con un vozarrón de la ostia, y cargado de razones, me dijo que habia que pegarle un par de buenas hostias al émbolo porque con el frio se atascaba. cargado de paciencia, me dirigí de nuevo al surtidor y, con mucho cuidado, no fuera que al final me cargase el aparato, le dí las dos hostias de rigor al puto émbolo ese. No hostias ni nada, aquello no queria ponerse en marcha. Mas cabreado que antes y más muerto de frio, me encaminé de nuevo al dependiente para que solucionara el tema de una vez por todas. Este, me miró incredulo, tranquilo y farfullando algo de forma ininteligible, salió del mostrador, se encaminó con paso firme al surtidor y le soltó las dos hostias más fuertes que yo he visto dar a un aparato para que funcione. Y funcionó, cojones, que para eso era maño el hombre, pardiez. 
Resuelto el problema y llenado el depósito, entramos de nuevo a la tienda y mientras le pagaba el importe del combustible, me dirijo a la maquina del café y le invito a tomarse uno conmigo. El hombre acepta y a partir del mismo, se desarrolló una conversación que fúe la nota graciosa y el punto de alivio a tantos kilómetros de asfalto, radio y noche oscura. 
Me dijo Ramón, que a sus cuarenta y cuatro años, seguía soltero y entero, que estaba enamorado desde hace veinte años de una moza labriega de Alhama a la que habia visto una sola vez , que para él no existía mujer alguna en su pensamiento que no fuera su bella doncella. Preguntole yo el por qué no la habia cortejado nunca y me contestó que aún no era el momento, que esperaba a ser famoso para pedirle su mano... Soñaba todas las noches con su amada y se veía montado en un corcel blanco con una lanza, su casquete y su escudo de armas.
Le acompañaría su ayudante, un compañero de 64 años, soltero y casto, como él, el cual, no habia sobado teta alguna ni magreado nalga.
Cogí una bebida energética para pasar mejor el viaje y me dijo que a él no le gustaba eso, que lo que realmente le mantenía despierto era su ilusión porque llegara el día soñado para desposar a su amada y el hachís. Y para prueba de ello, se lió un porrete 
allí mismo, me ofreció compartirlo y charlamos de muchas cosas, arropados por la fria y oscura noche, al calor de un café y la grandeza del ser humano que te ofrece una cálida charla y te hace amigo aunque sea por unos minutos... 
Otro día os contaré como conoció su amigo Bin Laden, el auténtico, según él, pues siempre que pase por ese kilómetro, me pararé a echar combustible, tomar un café y compartir con Ramón sus vivencias, sus fantasias, sus ilusiones y su peculiar buen humor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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