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21/10/22

el reino bisexual 💬 #windtalkers

Curión, no menos insultante, le llamó "establo de Nicomedes y prostituta bitiniana".
César sometió a las Galias y Nicomedes a César. He aquí César que triunfa porque sometió las Galias y Nicomedes no triunfa, habiendo sometido a César.
Bíbulo, por su parte, lo bautizó "Reina de Bitinia". 
En la larga historia de los grecorromanos había oscilaciones para restablecer el equilibrio, es decir, la monogamia; sin embargo, en casos excepcionales resultó más provechosa la poligamia, siempre justificada por sus fines sagrados y teológicos.
Frases como "marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos" o "establo de Nicomedes y prostituta bitiniana" son las que Curión, orador y político romano, dedicó a Julio César aludiendo a la bisexualidad de aquel que sometió las Galias, no fue fiel a ninguna de sus tres mujeres y paso buenos momentos con otras y otros.
Y es que de Julio César se dice que mantuvo relaciones con reyes y reinas por igual, Nicomedes IV de Bitinia y Cleopatra son dos ejemplos de ello.
Hay una leyenda oscura que era Vox populis y era la condición bisexual de Cesar algo que no sorprendía a nadie pues era algo muy común en aquella época y también en esta y era el romance que Cesar mantuvo con Nicomedes IV de Bitinia Según asegura Cicerón: "Los guardias del rey le acompañaron a Cesar y se acostó en un lecho de oro revestido de púrpura" Al día siguiente Nicomedes ofreció un banquete en el que César aceptó ser su copero "a imitación de algunos efebos seductores que componían el harem de su regio amigo".
El "consejero" romano se convirtió pronto en amigo y el amigo en amante. Lo cierto es que cincuenta años mas tarde, en los libros de historia romanos que la mancha de la impecable carrera de César ha sido su relación con Nicomedes, no por acostarse con un hombre sino por adoptar un papel pasivo en la relación. En el consulado se le llegó a llamar "la reina de Bitinia". De hecho corría el chiste de que Nicomedes nunca había oprimido a su pueblo, pero sí cierta parte del cuerpo de César. En realidad no resultaban molestas las posiciones en el lecho, sino la circunstancia de que para los romanos lo imperdonable era la relación con gente de otros pueblos.
Es posible que el apóstol Pablo tuviera presente el comportamiento degenerado de la gente del siglo primero cuando escribió: “Dios los entregó a apetitos sexuales vergonzosos, porque sus hembras cambiaron el uso natural de sí mismas a uno que es contrario a la naturaleza; y así mismo hasta los varones dejaron el uso natural de la hembra y se encendieron violentamente en su lascivia unos para con otros, varones con varones, obrando lo que es obsceno y recibiendo en sí mismos la recompensa completa, que se les debía por su error”. (Romanos 1:26, 27.) El vicio inundó a la sociedad romana, entregada como estaba a la satisfacción de los deseos carnales inmundos.
La historia no especifica lo extendida que estaba la homosexualidad entre los romanos. Sin embargo, es muy probable que recibieran la influencia de sus predecesores griegos, entre quienes fue muy común. Era costumbre que hombres adultos corrompieran a muchachos que tomaban bajo su tutela en una relación maestro-estudiante, que a menudo conducía a los jóvenes a desviaciones sexuales. 
Al antiguo romano le pareció más honesto legalizar lo natural que tener la necesidad de castigar. Consideraba más acertado acomodarse a las leyes de la naturaleza, que subordinar ésta a las leyes creadas por el celo y el excesivo amor propio del individuo.
El precepto del Estado teocrático romano frente a todos los intereses individuales, bien se expresaba por el dicho numídico: "¡Romanos! Si pudiésemos prescindir de las esposas, seguramente ninguno de nosotros querría aguantar semejante carga. Pero ya que la naturaleza ha dispuesto de tal suerte las cosas, que no se pueda vivir bien con una mujer, ni vivir sin mujer, nos conviene —por lo menos— asegurar la perpetuidad de nuestra nación, antes que la prosperidad de nuestra propia vida".
El ciudadano subordinábase a los preceptos religiosos por excelencia del estado teocrático: Y éste, asegurando los intereses de la comunidad, velaba por los del ciudadano, pues en este tiempo regía todavía el mote cristiano que rezaba así:
«Cuento un solo hombre por un Pueblo!
Y, a todo un pueblo por un solo hombre!»
BITINIA
Según la mitología griega, Idmón, hijo de Apolo y Asteria, era un adivino, que tuvo la premonición que moriría si se unía a los Argonautas. Pese a esto lo hizo y tal como anticipó en sus visiones murió en la comarca de Bitinia por la mordedura de una serpiente. Aproximadamente en 559 a. C. los fundadores de la ciudad de Heraclea Póntica (antigua ciudad de Bithinia) construyeron un templo sobre el punto donde fue enterrado este héroe, en su honor.
Como curiosidad resalta el hecho de que hacia el año 40 d. C. el emperador romano Calígula, nombró cónsul de esta ciudad a Incitatus (su caballo personal).
“Aunque un bozo rizado tus mejillas cubray bucles dorados te sombreen las sienes,no te dejaré, querido mío; qué tu belleza es míaa pesar de la barba naciente y de los pelos.” Estrabón
Sólo los héroes pudieron superar la dicotomía entre amante y amado, que obligaba a la relación amorosa a durar un tiempo demasiado breve, y era cortada por severas reglas. En el mundo de los héroes esto se supera. Su amor dura hasta la muerte, y no por la mera razón de que los pelos han aparecido en la cara y en los miembros del amado, y su piel ha perdido suavidad.
El amor es como una comedia, bien o mal escrita, y todos nacemos con los papeles repartidos. Todos, al nacer, traemos debajo del brazo el papel de protagonista o de antagonista, el papel de amante o el papel de amado. No de una manera rígida. El amante también se siente correspondido y el amado también corresponde. Pero esencialmente cada uno ya sabe, al nacer, cuál es su papel. Tiene que aprenderlo con certidumbre, tiene que asegurarse. Por supuesto que ese amante y ese amado luchan por el protagonismo de la comedia. Pero cada uno sabe cuál es su papel en esa batalla incruenta. Antonio GalaBuscar la Quintaesencia "Estoy moribundo porque la vida es estarse muriendo todo el tiempo". 
"Hay una metáfora del amor en El Banquete: el amor de Alcibíades por Sócrates. El Erastés (el amante) sustituye al Erómenos (el amado), que produce el sentido del amor y permite ir del amor al deseo. Y en El Banquete es Sócrates el que va del amor al deseo. Es el Erastés (el amante), el que ama y desea, puesto que está marcado por algo que le falta, por lo que ama lo que no tiene, lo que le conduce al deseo. El Erastés es el que no tiene. El Erómenos (el amado)  es el que tiene. Por lo que el Erastés desea lo que el otro tiene. Pero en El Banquete lo que está en juego es el saber. El Erastés (el amante) no sabe lo que le falta. El Erómenos (el amado) tampoco sabe lo que tiene. El amor padece de un no saber. El amante se dirige al amado (el Erastés al Erómenos, al objeto de amor). La metáfora del amor se produce del lado del amado, no del lado del amante. Porque a través de la metáfora del amor el amado se transforma en amante, pues el que es objeto de amor deviene amante, es decir, deseante. La metáfora del amor es metáfora del deseo. Porque el amado deviene deseante.
Sócrates no cae en la trampa de Alcibíades porque no cree tener el ágalma que Alcibíades le atribuye: la joya preciosa de la sabiduría. Por ello, Sócrates no es seducido por Alcibíades y se queda tranquilo ante la envestida del amor. El saber de Sócrates es que sabe que su belleza interior no es un objeto, sino el vacío mismo de saber que gesta el deseo de saber, la filosofía, cual impulso hacia la verdad que no se colma."
Nadie mojaba el aire 
tanto como mis ojos.
 Me decías:
 "¿Trabajas?" 
Me decías:
 "¿Ya es la hora del té?" 
Y yo no te decía:
 "Te amo"; 
no te decía:
"Eres todo lo que tengo"; 
no te decía: 
"Eres la única rosa en la que caben 
todas las primaveras". 
Me decías:
 "Adiós, hasta mañana". 
O me decías:
 "¿Necesitas algo?".
 Y yo no te decía: 
"Me estoy muriendo 
de amor... me estoy muriendo". 
Nadie mojaba el aire 
como yo. 

¿Somos bisexuales... o no? 
El escritor y montañero Simón Elías presenta "Alpinismo bisexual y otros relatos de altura", una publicación que se aleja de los clásicos libros de viajes y reivindica el pensamiento crítico y el buen humor.
La bisexualidad es el máximo aprovechamiento de los recursos, la máxima apertura sexual y también emocional. Y también es un pequeño ataque al totalitarismo heterosexual que lleva muchísimos años regido por el hombre, está plagado de testosterona y creo tenemos que intentar salir de él. Independiente de nuestros hábitos sexuales, el concepto alpinismo bisexual es una lucha contra las normas impuestas, contra lo establecido, y un llamamiento al pensamiento crítico, a la reflexión y a la libertad individual y a que cada mañana es una hoja en blanco en la que podemos escribir nuestro destino.
Definir ‘Alpinismo bisexual’ resulta complicado hasta para su autor. Durante la presentación del libro en Vitoria, Simón Elías (Logroño, 1975) utilizó el humor y la sátira que contienen sus páginas, para aproximar al público a otra visión del montañismo y del género de la literatura de viajes. “Alpinismo bisexual es un concepto, un mensaje, una pequeña obra de teatro, algo más que un libro”, reconoce.
Porque tras 20 años escalando montañas, -“llevo dos años dejándolo, en eso me ayudan los bares de Logroño” ironiza- Elías, que combina su pasión por la aventura con su profesión de periodista y guía de montaña, ha reunido en ‘Alpinismo bisexual y otros relatos de altura’ -editado por pepitas de calabaza-, pequeñas historias que pretende ser "un pequeño contraataque a una sociedad que rinde culto al éxito y se rige por el cronómetro".

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